ACTITUD

CAPITULO II

 

 

COMUNIÓN EN LA FE  - Causa de la Iglesia

 

 

INTRODUCCIÓN 

Una comunión, una armonía en comunión, una comunidad de vida cristiana, requiere estar basada en vínculos de fe y no de sangre. Por ello no puede pretenderse de estas relaciones lo que normalmente se encuentra en las de una familia. Por otro lado, dado que el vínculo de la  fe no es inferior al vínculo de la sangre, deberían reflejarse en la comunidad,  todos los valores auténticamente humanos y cristianos en cuanto provienen de la vida trinitaria,  unidad en la pluralidad de las personas.

La comunión entre los seguidores de Cristo,  en cuanto a  la  propuesta de Cursillos,  habrá de ser la expresión de una comunidad que se edifique sobre la gracia, donde  los sufrimientos y las alegrías,  encuentran un carril, hermanos  unidos por un mismo ideal y por un mismo objetivo,  donde se distingue la propuesta de una cooperación armónica entre laicos y sacerdotes,  cada uno con su identidad. 

El hombre de fe, en nuestro caso, de fe cristiana, se hace hombre permaneciendo en comunión con otros hombres en su dimensión social,  y en la medida que se dan cuenta perciben que sus maneras de relacionarse con el entorno, generalmente incluyen una apertura que los coloca en posibilidad de un camino de amistad con sus cercanos.

Una persona consciente de la Gracia,  no vive seguro de estar en ella, pero es probable que se dé cuenta si la ha perdido, ya que percibe que baja en sí mismo ese sentido de la vida.     

En una comunidad cristiana,  la medida  de una vida mediante y en Cristo, es variadísima.

En Cursillos se considera esencial la búsqueda,  el estudio,  el pensamiento y la reflexión junto a la oración,  teniendo en cuenta que el mensaje de transmisión y el hecho concreto de la salvación,  llegue a las personas en sus ambientes naturales.

Esto no tiene vueltas y al estar presente en la escuela de dirigentes, se manifiesta su clima en la Ultreya,  donde todos libremente convergen y se preguntan ¿  si  no vamos a  los que están por  fuera de la Verdad,  si no están aquí entre nosotros,  para qué Dios me hizo pasar por esta experiencia...?

Claro está, que a la vez otros también presentes,  sienten que para poder participar tienen que tener un grado de gracia, que les permita acrecentarla, por lo que las diferencias se mantienen en discusiones que frenan el verdadero sentido del movimiento.

Las maneras,  los modos del  intento de esa comunión auténtica,  se perfilan hacia “los alejados” sin  ser exclusivos,  lo que hace,  que personas que no lograron una vivencia  de fe,   encuentren otras,  que les muestran que es posible que esa experiencia de fe, - dentro de las diferencias normales de los individuos – por lo que hace Cristo en nuestras vidas, sea un testimonio de Él, compartido,  camino para otros. 

Esto no quiere decir que siempre sea así y lo decimos, porque en el contexto de la comunidad cristiana, hoy como siempre hemos de reconocer que se suelen observar actitudes,  que  a veces sólo sirven en lo cotidiano como disfraz y en lo  interno para desenfocar a otras personas  que se incorporan.

Esta realidad nos muestra que no somos santos, lo que es bueno por un lado entenderlo y aceptarlo, a la vez que deberíamos acrecentar  la admiración por aquellos que con la ayuda de Dios madrugan para intentar mejorar.

En los ambientes de Cursillos, hemos de revelar constantemente,  que en la realidad de los ambientes naturales,  existen núcleos de cristianos en los que tenemos que encontrar al líder y todos descubrir concientemente a Cristo.

Cursillos siempre busca unir en la libertad de las personas, pretendiendo que disfruten, tomando conciencia de quienes son, (su identidad), de Quien se fían (su posibilidad) y de la plenitud en la realización (con quienes crecen)  y esto no divide nunca,  al contrario,  nos permite la posibilidad renovada del encuentro. El Movimiento tiene previsto sus grupos, es decir existen en su estructura, en la libre decisión de las personas en cuanto a constituirlos.

Respetar la unidad comunitaria, requiere a los prácticos en la vivencia de fe, contemplar el valor de la gente y ver la posibilidad de encarnar una actitud de comunión que les haga creer a aquellos otros, en los valores y significados de la fe que  viven.  

No quiere decir esto,  que en los lugares en los que se comparte la vida de fe, -dentro de la comunidad cristiana-  todos reaccionen de igual forma ante los estímulos de lo cotidiano,  por lo que,  es necesario preocuparse por las necesidades de los miembros de la comunidad,  para que esos ambientes sean favorecidos y no se transformen  en obstáculo a  la vocación personal,  dando espacio a la vida de  fe comunitaria en todas partes. El objetivo lo tenemos claro, son los ambientes naturales, pero hemos de ir decididamente a ellos, y para ello, el espíritu sano,  realista,  evita formalismos y actitudes, que normalmente se superan con sana crítica, que en  casos,  saca toda apariencia. 

Se necesita entonces, una buena adhesión a la realidad, un modo de mirar la finalidad sin dejar de contemplar las sombras de las circunstancias.  Encontrar  allí,  en las situaciones más complicadas de vida,  la presencia de Dios y actuar en consecuencia, es el punto clave de la comunión que se pretende.

No se trata de buscar provecho en una conservadora en medio de normas, decretos u otras de ese estilo.

Tampoco es procurar una tertulia pía, fuera de toda realidad, sino que al contrario, se pretende unir en la convicción del amor de Dios,  donde cada uno con sus realidades,  es protagonista de lo cristiano.

No dejarse llevar hacia un lado  u  otro por alguna doctrina que no se sabe  bien de donde surge, es  acción que proviene de personas que saben mantener un camino preciso, que de alguna manera expresa madurez en la veracidad de sus manifestaciones.

Claro es, que esto necesita una vuelta de campana que ya se viene dando en un canto a la vida, a la verdad y a la libertad, siempre más cercano a las motivaciones de fundación.

Hace falta en  toda comunidad de fe,  que ésta sea vivida  conservando el vigor de los orígenes,  lo que hace necesario una constante renovación de aire para no quedar aburguesado,  a la vez,  de no caer en activismo. Logrado el intento,  la resultante será,  que desde el desafío,  todo va en armonía, con el ejercicio de la caridad.

En la variedad de dones y servicios, la convergencia de los carismas personales en la idea de comunidad,  promueven la realización plena de la propia persona y todos participan de la misma misión, cuando dan lugar a la  verdadera fraternidad, a la  verdadera comunión de vida.

La apertura al otro suele ser una empresa costosa. Es saludable reconocer que se trata de una transparencia que no puede ser  completa, entre otras cosas,  porque la sinceridad no es fácil de alcanzar.

Pero en esto,  tiene que ver el progreso espiritual de cada persona, la diversidad de ideas  necesarias, que por útiles,  nos enseñan a aceptar el itinerario espiritual  de cada uno.

 El sentido vivo de la personalidad humana como algo original e irrepetible,  elimina en principio los esquemas demasiados concretos.

Las condiciones humanas reales, requieren asumir un cierto rechazo de las orientaciones exclusivamente cultuales.

El camino espiritual tiene que verse como toda cosa en la vida, en medio de contradicciones, crisis, conflictos,  en la que el hombre sabiéndolos aprovechar, sabiéndose aprovechar,  va creciendo.

Los límites de comunicación se dan en todas las comunidades. No es posible hacerse íntimo de todos, por eso en  los Cursillos,  se logra un mínimo satisfactorio, cuando  la persona a su tiempo,  va definiendo la apertura y  aceptación que normalmente en el mismo grupo de amigos se suele dar.  Esto significa,  que es común que algunos se sientan más amigos de unos que de otros, lo que es totalmente normal entre seres humanos. Psicológicamente se da en el común denominador de las personas, una relación de amistad más profunda con uno o con unos pocos.

 Son las reuniones de amigos,  las comúnmente llamadas “Reuniones de Grupo”, las que permiten  cierta profundización en las relaciones, aunque en ello,  reconozcamos,  que siempre habrá algo en el hombre,  que sólo es de él  y de Dios.

 Es fundamental cierta tolerancia en la misma existencia de los grupos formados como así también de  los que se van formando,   para  que aflore un cierto equilibrio  entre la persona y la comunidad.

Lo primero es lo primero solemos decir para dar a entender que existen pasos.  Nada mejor para los cristianos o para cualquier persona,  que empezar, que comenzar por si misma,  para recién en segundo termino,  procurar cambios, modificación, transformación en la sociedad.

La comunidad se construye unidos... en lo cristiano, en los cursillos, para un futuro más humano.

Cada persona,  tiene que hacerse cargo de su propia integración, de su propio ser de persona.

Mucho de lo que anteriormente no se entendía,  ahora, es prácticamente imposible desconocer. Esto cada vez más se lo dice para si una persona que crece en espíritu y en verdad. 

La persona, el cristiano,  en la comunidad de fe,  tiene que seguir a Cristo con su vida.

La vida comunitaria tiene sus exigencias y sus satisfacciones.

Se pierde este sentido preciso y precioso de lo cristiano por cierta actitud de niñería en algunos dirigentes.

El hombre reconoce en el otro hombre un núcleo incomunicable.  El otro permanece en el otro.

Existe una discreción, un límite, que es necesario no traspasar en la relación de “autenticidad evangélica”.

Se trata de saber respetar con atención,  lo que es propio de vigilia comunitaria y de igual manera, todo aquello,  de necesario respeto, cuidado individual, en la persona del otro y de uno mismo. Esto último, siempre necesitado de un discernimiento en soledad y silencio.

Estamos haciendo referencia no a un aislamiento impreciso, sino a un lugar tan valioso como la interioridad del individuo,  que le sirve para él y  para la vida en comunidad.

La soledad y silencio del que hablamos, son elementos individuales, que aseguran la calidad evangélica de la comunidad como del  individuo.

Las diferencias son propias de cada comunidad y no se deben transformar en oposiciones irreductibles,  como tampoco reducirlas a una unanimidad,  que corresponde al dominio del más fuerte o al conformismo de los más débiles,  situación esta última,  que muchas veces corresponde, es producto,  de la desinformación que padecieron.

La benevolencia de aceptar y considerar al otro como un hermano, reduce toda indiferencia o toda apropiación,  ampliando en todo sentido  las posibilidades de una amistad del alma.

Estamos convencidos que el método de Cursillos niega toda posibilidad de captura, de conservación, de provecho de ventaja y por contrario, para unir la aventura de la fe y el beneficio de ese ejercicio, requiere que las personas estén vivas,  sean felices y se sientan libres. 

Se exalta la individualidad de la libertad,  resaltando como ejemplo, la libertad que tiene,  el que se va dando cuenta que es hijo de Dios.

En cuanto al carácter de la comunidad de Cursillos, cuando su cometido se ve lejano, o llegado el caso,  se lo considera impropio, se necesita tener presente,  que  ha llegado el momento de recordarnos a Quien seguimos.

Cuando la relectura de las propias opciones, de los propios planes, las realizamos a la luz de lo que aportan los otros hermanos,  avanzamos de  mejor modo hacia el bien común, ya que lo que nos señala el Espíritu,  es lo que hemos de seguir y no las particularidades.

Este tema sobre la comunión de vida en la fe, es el desafío que nos tiene alerta para el logro de lo mejor,  porque lo merecemos cuando no nos movemos por medio de la imposición y/o los miedos.

Conservar fidelidad a lo irrenunciable,  actuar en conciencia de solidaridad y en perspectiva de comunión, nos eleva en la esperanza de una humanidad más unida en la Orientación Vital que tiene Virtud de producir una

 “ nueva creación ”, lo que a fines del segundo  y a comienzos del tercer  milenio, seguimos  llamando la “civilización del amor”.

La pluriformidad  considera y valora de modo recto las diversidades auténticas de personas, de región, de situaciones, de tiempos, y las tiene en cuenta dentro de los límites de la necesaria unidad en la caridad y en la fraternidad.

Cierta prisa en colocar innovaciones,  suele ser la consecuencia de una falta de madurez, tan cierta, como la de no permitir que los criterios que coinciden con el carisma y que unen a la comunidad,  se dilaten libremente en medio de ella.

Estos inconvenientes  presentados en  algunos casos por responsables de la comunidad, aceleraran ciertas diferencias entre las personas miembros de la misma.

Al confundir pluriformidad con particularismo, esta anormalidad normalmente se manifiesta poniendo el acento en las dificultades, que por supuesto, siempre se aduce, produce otro. Prevalece la individualidad sobre la unidad,  se estima lo individual sin tener en cuenta la comunión,  de manera,  que en los hechos y sin proponérselo conscientemente,  se suele ejercer la intolerancia.

A quien induce o lo introduce con la mejor de las intenciones, sin percatarse de su rigidez, de su forma de imponer,   ni siquiera se puede doler de su acción,  ya que no se da cuenta del desaguisado que está haciendo.

Esto está dicho con el mayor de los respetos y esperamos ser interpretados.  En casos, las cosas son así y aunque se las lleve a la práctica con las mejores intenciones,  es verdad que con esas formas descriptas, se  manejan y se orientan determinadas acciones que no tienen nada que ver con lo fundamental que deseamos poner para el bien común.

Se pretenden sacrificios y que las  personas queden dentro de un compromiso, que no comprenden, que no es el suyo,  pero,  se le presentó como un objetivo que hay que hacer realidad y así lo asumen.

Las personas pasan a un personaje, a un rol y no a buscar  la ilusión que les haga seguir la renovación de esa luz de ser plenas, desde su corazón y su mente.

Una actitud correcta en la vida comunitaria, es mirarse desde un espíritu crítico e integrarse, recordando, que los puntos de vista personales entran en conflicto con las exigencias comunitarias cuando se desconoce el propio carisma de uno como persona y el de la comunidad en la que se está inmerso. 

Todo se complica aún más,  cuando se  pretende de todos lo que no es cuestión de todos. Esto suele ocurrir cuando se intenta  que todos pensemos lo mismo,  de acuerdo a un particular modo de ser o de interpretar la realidad.  Es fundamental entonces,  procurar no imponer como verdad absoluta la propia  opinión.

Esto desafía una manera frecuente de comportamientos y requiere la transformación personal de cada uno, de uno mismo.

Los egocentrismos suelen aparecer disfrazados y tanto el que impone como el que “compone”, son muestras que sirven al primero para el atropello y al segundo,  para acomodarse o atenuar los problemas de la realidad a lo inauténtico en una aceptación ilógica.

La buena voluntad de contemplar en  los otros  sus aspectos positivos, valorándolos y procurando defenderlos frente a la denuncia de los aspectos negativos de la personalidad, suele ser,  sin querer  juzgar a todos  y a todo como si todo estuviera bien,  lo que puede  hacer presente la generosidad,  la solidaridad y el modo caritativo auténtico de otros.

Toda la vida fraterna de nuestra comunidad  no queda en nosotros,  sino que se abre en beneficio de la comunidad  Iglesia y por supuesto, a la vida de la gente en el mundo. 

En esto es fundamental conocer y encarnar el carisma propio de nuestra comunidad, es decir, lo que siempre señalan los fundadores.

En todo ello, es esencial tener en cuenta a los profetas que aparecen en el transcurso del tiempo. En este necesario ejercicio de discernir y diferenciar  para  distinguir a los  que  se parecen de los que no lo son, cada vez,  es más urgente ponerlo en práctica.

Justamente la ausencia de los auténticos, muchas veces es el resultado de la falta de sinceridad de la comunidad y del vacío que se les hace eludiendo sus mensajes. 

Las nuevas formas de comunidad cristiana contienen todo lo “antiguo”,  aunque con expresiones menos oficiales en los movimientos laicos.  Que queremos decir,  que quizás, lo más novedoso,  lo más propio del MCC, es que no sólo en las formas sino en su contenido inspirado en el Evangelio,  en la autenticidad de la Iglesia y en el valor que damos a cada persona,  es como se hace realidad el modo de búsqueda y de encuentro auténtico con el Rostro de Cristo. 

Especialmente lo logramos,  cuando  los más lejanos a la experiencia consciente de Su Misericordia, en muchos casos, pueden encontrarla y experimentarla por nuestra apertura y por la correcta información que le suministramos.

Los Cursillos derivan en una comunidad que pretende la transformación social desde cada uno y en este sentido,  su distintivo, es de abajo a arriba,  cubriendo con un abrigo de amistad la transmutación de las personas.

Jesús nos pide tener en cuenta a quién se encuentra alejado y esa es la solidaridad en la que tendríamos que movernos.

Es en esa comunidad,  junto a aquellos lejanos, en la que tomamos el verdadero sentido de fe, a imagen de Quien se relaciona en Amistad con el hombre,  trayendo Fe a la tierra.  

Los Cursillos no son más que lo distinto a lo que siempre se cree: de que la gente necesita de Dios, tiene sed de Dios, como si todo estuviera puesto para que encontraran ese lugar organizado en donde le darían la posibilidad de beber, de comer y hasta de saciar ese hambre, esa sed. 

No, por contrario, los Cursillos creen que la gente poco y nada tienen de ese hambre de Dios que muchas veces, en nuestros ambientes cristianos, se da por descontado.  Los Cursillos creen  diferente,  que lo que es necesario,  lo que se necesita es:  crear hambre de Dios de manera continua, y no precisamente para que los buenos puedan volcar su sed de servicio, que es parte, pero muchas veces bien sabemos que parece ser la fórmula para sentirnos bien, ya que nos permite la posibilidad de estar enseñando lo que tiene que ser. No, y se repite, se trata de lo contrario, ya que es hacer llegar a los que pocos van, a los que se dice que son “los alejados”, es decir, a los que no son “buenos” y a veces hasta ellos así lo creen, tengan un lugar o empiecen a tener varios lugares donde se les comience a tener ese reconocimiento de amigos,  que admiran sus bondades cristianas y que el aroma del Manjar de los manjares les sea apetecible, cercano,  y encontrando en sí mismo y nosotros juntos a ellos, aprendamos de esas circunstancias,  en un contacto directo con la realidad que pretendemos transformar con el Amor de Dios.

DESDE LAS VERDADES  DE LA VIDA

La escatología,  es parte de la teología que estudia el destino final del hombre y del universo, las teorías referentes a dicho destino.

 ¿ Cómo  entender la Buena Nueva, la amistad,  la trascendencia auténtica propia del Evangelio de Jesús, cuando este es de orden  histórico  escatológico,  no totalmente definido en la realidad de esta vida terrenal? 

¿ Existe conciencia de lo que Jesús dice con relación a la vida ? “He venido para que ellos  tengan vida y la tengan en abundancia”. Es una afirmación  en lo real hoy,  válida para los que vivieron antes de su presencia terrenal y para los que como nosotros vivimos después de ella, también para los que vendrán y no están presentes ahora.  Esto es creencia de fe,  comunión de fe en esta vida.

Hombres de distintos tiempos, que vivieron desde Jesús para acá,  han podido creer y comprobar en la realidad de su existencia terrenal,  teniendo la figura de Jesús como hombre perfecto a imitar en actitudes y como la gracia hace más plena sus vidas,  la vida. 

Aunque la plenitud  crece en el encuentro con Dios en esta vida y se consolida aún más al dejarla,  cuando el cuerpo muere, la vida nunca se apaga en el alma y será aún mayor en la  resurrección en el final de los tiempos.   Jesús nos habla y  se  hace cercano a los hombres en esta vida.

Podemos relacionar sin temor a equívocos,  que forman parte de la comunidad de fe, todos aquellos que identificamos en la comunión de los santos. 

EL ESPIRITU SE DA A TODOS Y A CADA UNO DE LOS MIEMBROS

La realidad de la presencia de Dios en la persona es renovada en ésta constantemente.

En el cristianismo es necesario renovar la realidad de que todo bautizado es Sacerdote, Profeta y Rey.

La vuelta a los orígenes como fuente de inspiración, es una vuelta al movimiento,  que como tal, es lo contrario a una limitación en la quietud, es  una renovación en la teología de los laicos.

Se nos alegra el alma cuando nos ponemos a pensar en estas cosas y cuando nos sentimos parte, cada uno con su vida,  de todo lo cristiano.

Esta renovación de la laicidad, necesita  un comportamiento de la institución sacerdotal consagrada, que  precisa reorientar formas, para consolidar y aumentar en lo que sea posible su solidaridad,  su comunión con los laicos en esta nuevas formas, sin que lo sucedido y/o lo que vaya a venir en el futuro,  se  considere que va en desmerecimiento de su autoridad, sino por contrario,  le es útil para mejorar su labor, su propia vida al servicio de Cristo.

Lo ritual en cuanto al sacrificio,  tiene unos contenidos que realzan lo existencial. La alternativa de unas actitudes de vida coherente,  adulta, de auténtica personalidad en relación con lo que tratamos,  fundamentan argumentos y razonamientos de donde surge una realidad, somos para Dios, considerados iguales en dignidad,  miembros de la comunidad, con  identidad diferente. 

Al margen del cargo, sin negarse a dar razones,  preparándose a una expresión espiritual distinta, los sacerdotes han de acompañar aún más que lo hecho hasta el presente a este movimiento laico en la Iglesia.

Lo institucional no puede dejar de lado a nadie en la comunidad, por lo que, ha de favorecer el discernimiento y el aporte de ideas de  todos sus miembros.

En la comunidad cristiana todos somos sacerdotes, todos tenemos acceso directo a Dios y todos somos  discípulos de Cristo.

Carismas, ministerios,  en su variedad  de funciones,  nunca pueden desplazar la  igualdad común de ser hijos de Dios.

El sacerdocio sacramental del orden sagrado, posterior al proveniente del Bautismo, tiene que respetar y facilitar el sacerdocio de los fieles laicos,  acorde con su existencia profana y sin embargo sacerdotal de Jesús,  con la diferencia, de que fue libre de pecado. 

La comunión en la vivencia de la fe, como sabemos no es una cuestión de cargos, sino, de personas iguales en dignidad  y  toda función,  todo rol,   tiene que ayudar a ir pasando toda norma a criterio y este tiene que ser enfocado a favor de la vida.

El Espíritu se da a todos y a cada uno de los miembros en la Iglesia y ninguno tiene la exclusividad de la gracia,  lo que al ser así aceptado y  practicado, acrecienta el carácter fraternal de la comunidad.

Lo histórico temporal, mostró cada vez más a la Iglesia como una institución clerical. Esta situación implicó un desplazamiento, al haber facilitado la exclusión de los laicos a lo largo del tiempo. Es un hecho que se fue experimentado, donde se fue confundiendo la parte  (Jerarquía) con el todo (Pueblo de Dios).  En su desvió,  llegó a separar erróneamente a la jerarquía del sentido de parte, como si no fueran integrantes del pueblo al cual  pertenecemos todos los miembros,  conjunto de lo cristiano.

La Iglesia es un misterio de comunión y participación de todos sus miembros.  Al  explicarlo el Concilio Vaticano II  dice,  que la categoría fundamental no es la jerarquía,  ni tampoco la Institución,  sino el pueblo.

Los consagrados provenimos de un Sacramento (Bautismo).  Aunque esta consagración primera  reciba nuevos significados a partir del Sacramento del Orden o de la profesión de vida religiosa, no puede  considerar a estos,  como los únicos consagrados a Dios en el mundo.  Esta realidad, ha tenido en los últimos años,  una ampliación de conceptos que ayudan a comprender mejor la verdad sobre el laicado.  Por ejemplo, el Concilio Vaticano II posibilitó  considerar  con mayor certeza,  que la santidad es también posible en los seglares.  Aunque esto parezca increíble que pudo ser así, en  algún momento lo fue,  por lo que en esos tiempos,  estos conceptos significaban o daban a entender una realidad, en donde la santidad,  era o no era posible según la identidad religiosa  o seglar de las personas.

Todos hemos de ejercer discernimiento  ( I Cor. 14 ).  Sin discernimiento, es imposible,   ni la obediencia,  ni la comunión cristiana,  ni a dar lugar a una autoridad que sirva a la libertad  ( Mat. 23, 8-10 )  SIN DISCERNIMIENTO,  NO SE POSIBILITA LA RENOVACION SIEMPRE NECESARIA.

No se puede responsabilizar a Dios de lo que pudiendo ser resuelto por nosotros,  hacedores de la historia, no hicimos. La realidad no cambiará, no se transformará,  porque Él,  muy difícilmente decida cambiar la historia al margen de nosotros los hombres.

El protagonismo de los laicos tiene  que ser asumido por todos y todos somos todos en la Iglesia.

Nuestras iniciativas son eclesiales siempre, aunque en determinados casos requieran un necesario mandato.  Iglesia soy yo,  no quiere decir que soy la Iglesia.

A veces se marginan inquietudes laicas,  porque se las vacía de su contenido  de responsabilidad eclesial como laicos. Tanto en lo individual como en lo comunitario, el laico tiene derechos y obligaciones propias.

No es extraño,  que  la misma jerarquía le pida al laico que sea apoyado por alguna otra jerarquía en su proyecto,  para recién después  recibirlo,  escucharlo.

También los laicos que tienen algún cargo dirigencial,  suelen pretender avales de la jerarquía para dar lugar a ciertas propuestas de otros laicos,  creándose de esta manera, un monopolio jerárquico también entre laicos en relación a la misión.

UNA ACTIVA PARTICIPACIÓN DE LOS LAICOS

La vivencia de la comunión de sacerdotes y laicos,  requiere de una participación más activa de estos últimos en cuanto a la toma de  decisiones.  Quizás sea una manera  de mostrar el nuevo rostro de la Iglesia en este milenio, un Rostro de Cristo en el que los laicos hemos de tener una participación más activa.  En este sentido,  la Exhortación del Papa Juan Pablo II  “ La  Iglesia en América”  en el numero 44 afirma: “ La renovación de la Iglesia en América Latina no será posible sin la presencia activa de los laicos.  Por eso, en gran  parte, recae en ellos la responsabilidad del futuro de la  Iglesia.” 

“ Los obispos mexicanos por otra parte, en su carta pastoral “ Del Encuentro con Jesucristo ” y a la solidaridad con todos,  nos recuerdan a su vez el numero 44 de Iglesia en América que dice: “ la Iglesia del nuevo milenio debe mostrar un rostro laical.”  (SER LAICOS Y LA EVANGELIZACION)  del Escritorio. de  Mons. Camacho R. Asesor Eclesiástico Nacional del MCC de México.

A más de 40  años  del Concilio Vaticano II,  parecería ir encontrándonos a laicos y  jerarquía, en una comunión más resuelta,  sobre todo en la participación mas definida de los seglares,  para lo cual,  se han   superado algunos escollos, pero es necesario superar algunos otros, que con el objetivo de desviar o ignorar ciertas creatividades laicales, en bastantes oportunidades, siguen apareciendo barreras, que en casos ponemos nosotros mismos,  haciendo caer bajo la autoridad jerárquica,  lo que  corresponde asumir a nosotros lisa y llanamente como laicos.

Se trata pues, de unas expresiones,  de un cristianismo,  asumido en todas sus vertientes.

Necesitado de la permanente colaboración de  sacerdotes,  religiosos y  obispos, donde los laicos comiencen a intervenir más activamente en las decisiones.

Todos somos hermanos, hijos de Dios, seres libres,  no eximidos de errores,  siempre propensos a “escondernos” de toda responsabilidad que nos exponga, pero también con deseos de corregir todo aquello que podemos con la ayuda de Dios.

Dentro de las situaciones  que vamos  creando  o a las que vamos arribando,  provenientes  de una misma condición humana,  merecemos reflexionar desde todos los puntos de vista,  para conciliar y llegar de este modo a lo más útil para el Reino de Dios.

Para la unidad, todos, personas o grupos,  necesitamos contemplarnos en lo que nos iguala,  la dignidad de hijos,  y en lo que nos distingue,  carismas y ministerios. 

Si sabemos diferenciar los roles, cada uno puede aportar lo suyo sin fragmentaciones, sin quedar por ello  “distanciado”,  sino,  por el contrario, por su personal “carisma”,  más unido en su cualidad de persona.  Lo cristiano da lugar,  da espacio,  unifica.

Asumir la laicidad  como un valor positivo,  pone límite a la siempre latente tentación  de ejercer un poder perfecto,  directo-indirecto,  por medio de la imposición de lo sobrenatural sobre las realidades seculares. Esto suele absorber el orden natural por medio de formas que no siempre van de acuerdo  con el carácter gratuito de los valores cristianos, con la gracia, que al no ofrecerse así, daña el orden natural, pero lo que es aún peor,  pueden, por falta de razonamiento, de discernimiento, dificultar de algún modo el mismo soplo del  Espíritu.

Suele pedirse a la sociedad virtudes cristianas que necesitan ser vividas  continua y renovadamente antes  en la comunidad visible de fe cristiana.

Al pretender  virtudes cristianas en el laicado,  es necesario tener presente que la misión,  operativa  también en lo interno del cristianismo, que evangeliza, evangelizándose, ha de contemplar y aceptar lo mundano implícito en el hombre.

Desde estos puntos,  hemos de reconocer  que la mayoría de edad para lograr los resultados que se pretenden, exigen madurez en todos los miembros de la Iglesia,  en la que, los laicos,  hemos de ahondar en nuestra capacidad crítica y reflexiva en todo sentido,  ya sea sobre las  mismas enseñanzas personales y sociales  de la misma jerarquía,  como  así también sobre las normas que rigen la sociedad civil.

Esta  manera de intervenir con idoneidad,  da a los laicos y al clero,  capacidad  para que el proceso en sus manos, encuentre mejores posibilidades para dirimir los conflictos,  y  diálogo para adaptar la voluntad a la inteligencia y ésta a la solidaridad. De este modo, vamos aprendiendo a llegar a nuevos consensos mínimos.  

CADA CRISTIANO ES OTRO CRISTO

En lo cristiano no hay anarquía,  pero tiene que  ser una hermandad,  más autentica, lo más posible, en medio de miembros participativos convocados en comunión.  Esto sugiere,  lograr certeza en cuanto al punto de vista y de vida institucional. 

Dentro de un marco de  fraternidad y solidaridad en la que todos los ámbitos estén signados de una mayor corresponsabilidad de los laicos, esto hace menor,  quita o al menos reduce lo paternal de la labor de la autoridad. Es una actitud concreta de entrega de las llaves de la puerta de casa a los seglares. Manifiesta confianza y apoyo. 

Ya es hora de que los que formamos la Iglesia Católica lancemos una comunión en la que no puede faltar el sacerdocio ministerial al servicio de la existencia sacerdotal de los creyentes. Esto no significa ni más ni menos que una referencia no estrictamente limitada al redil o al que se alejó del mismo, sino a todo aquel que estando fuera desde siempre, espiritualmente o realmente,  sea atraído con la persuasión de la Verdad.

Si el Sacerdote que recibió el Sacramento del Orden se quedara solamente en lo especifico, ya que es Sacerdote en nuestra creencia de fe cristiana;  no haría más que reducir el mensaje. 

Cada cristiano es otro Cristo,  el ministerio no añade nada a la dignidad de ser  hijos de  Dios, es más, es el mismo Espíritu el que suscita la variedad  de carismas y ministerios, entre los que el ministerio sacerdotal destaca una forma de servicio a la construcción de la comunidad, que toda ella es ministerial, incluyendo a los  laicos.

El ministerio sacerdotal surge como algo específico, cuyo carácter de servicio San Agustín lo explica así:

“Con vosotros soy cristiano, para vosotros soy ministro”.  Esto acrecienta el deseo de ser mejor cristiano sin disminuir el valor del sacerdocio ministerial.

 TODOS CONSAGRADOS A CRISTO

Todos en la comunidad de fe tienen que cuidar el depósito apostólico para preservarlo de posibles desvíos y de esta  forma, custodian la sucesión de autoridades y responsabilidades ante el mismo Cristo.

Las tareas que se realizan provienen de toda la comunidad, manifestando la pluriforme riqueza carismática  y la diversidad de funciones que emanan de los múltiples carismas y en casos,  ministerios, a veces no necesariamente de orden jerárquico como ya veremos más delante.

No es la tarea lo que constituye el ministerio,  sino la ordenación sacramental. Es un don.

El sacerdocio proveniente del orden sagrado,  presupone ayuda para el sacerdocio seglar.

Esta colaboración de los sacerdotes al laicado se expresa de diversas maneras, pero especialmente acompañando a algunos laicos,  que por su vida práctica en la fe,  precisan una atención diferente, ya que pretenden de la jerarquía ese trato de hermano, más propio, personal y elemental, en muchos casos, de relación directa con la misión evangelizadora.

Todos en la comunidad cristiana  estamos consagrados a Cristo,  Quien  provee entre los miembros,  la interna conexión entre la consagración bautismal y la del Sacramento del Orden.

El ministro ordenado, al disminuir su presencia protagónica,  aumenta su capacidad contributiva a la obra de Cristo,  ya que favorece el crecimiento de toda la comunidad de fe.

Potenciar la dinámica posibilitando la  contribución de los miembros de la comunidad,  tanto de laicos, como de diáconos, religiosos y sacerdotes,  es motivo siempre presente en la comunión vivida en la fe.

Los laicos hemos de aportar nuestra reflexión cristiana y los ministros la suya, para que los pensamientos  estén abiertos a la pluriformidad de la tradición.

Los ministros  tienen que velar la verdad revelada y tanto laicos como sacerdotes han de tener confianza  en la creatividad que surja en unos y en otros.

LAS REALIDADES  PERMANENTES

La constitución divina de la Iglesia  permanece,  aunque  va cambiando  la manera de entenderla,  llevarla y desarrollarla en los tiempos históricos.

Es necesario la fidelidad y continuidad  de la tradición,  al tiempo que necesitamos no quedar encerrados  en aportes desubicados de la  realidad.

Es fundamental cuidar la tradición desde unos modos nuevos,  renovados,  acordes a la realidad presente,  ofreciendo lo que es necesario,  y lo que guarda relación con el sujeto en su circunstancia.

Una sociedad cambiante requiere una adaptación de la comunidad,  exigiéndonos en criterio.

Ofrecer zapatos a quienes por cuestión natural andan descalzos en medio de la selva, cuanto menos no es natural en ese ambiente.

La transformación de la persona, de la sociedad,  se intenta y se logra  desde un ofrecimiento: CRISTO.  Ahora bien,  esto requiere un conocimiento de la realidad, aunque en el fondo de la cuestión nunca logremos estudiarla y discernirla en su total expresión y significado. 

Lo que se hace imprescindible es discernir lo permanente,  lo inmutable (lo que permanece siempre, lo que no es variable)  y lo esencial en lo coyuntural ( lo esencial de una cosa, lo que constituye su naturaleza en el conjunto de los elementos que componen la realidad presente).       

Esto tiene que desembocar en el trato personal, iniciado desde aquel tema que es de interés del otro, para recién luego hablar de su persona, de lo esencial en su vida.

También la realidad nos muestra, que se producen estructuras cambiantes en la Iglesia en su parte institucional, en que la constitución divina permanece,  pero cambia la manera de entenderla, practicarla y extenderla según los tiempos.

La resurrección se expresa también en el don del Espíritu:  Dios comunica, el Espíritu Santo posibilita comprender y reinterpretar lo vivido,  tanto por Jesús como por sus Apóstoles.

El Espíritu continua la Obra de Jesús,  la confirma y  da motivos de nuevos horizontes,  que se abren a través de hombres.  Es el viento, que sopla donde quiere, sobre todos los cristianos y sobre toda persona que Él decide,  incluso en que momento.

Los carismas “superiores o inferiores” traen dones.  Un carisma  reconocido en la Iglesia,  lo es para todos.

COMUNIÓN DESDE LA RIQUEZA DE DONES TRINITARIOS

Dios inspira al hombre pero nunca lo desplaza ni lo anula;  de allí la pluralidad de carismas en la pluralidad de razas y de creencias, donde también podemos encontrar a Cristo.

Las diversas personas, así como las distintas comunidades eclesiales son expresión del Espíritu Santo, de modo,  que el espíritu se da a sí mismo, inhabita en la comunidad y ésta se convierte en el nuevo templo en que se hace presente Dios.  ( He. 2, 1-6).  Cada uno de los cristianos es transformado en templo del Espíritu Santo.  ( Rom. 8, 8-13, 26-27; Gal. 4, 1-7; 6, 16-26).

En el ámbito de los distintos grupos que viven en comunidad, encontramos miembros diferentes, carismas y ministerios  en el que todos viven sin que ninguno tenga el monopolio, ni pueda imponerse a otros. Procurar la comunión sin perder su especificidad y personalidad concreta, es lo que nos señala que estamos frente a una concepción de comunidad de riqueza trinitaria.

DAR  ESPACIO A LOS AUTENTICOS PROFETAS

La existencia consagrada, vivida en el mundo, determinada por una relación con el prójimo, preferentemente con el débil y el pecador, es comunión de vida en la fe católica, a la que debemos  aspirar desde el punto de considerar que esto es lo que nos identifica en la caridad, que nos señala que en algunos casos,  puede ser  nuestra deuda de  comunión para con  el mundo, aunque sean estos,  los antecedentes y las primicias que se recomiendan tener en cuenta desde el Concilio Vaticano II.

Los cristianos desarrollan sus servicios desde aquellos que pueden hacer realidad las motivaciones del Espíritu, - más allá de su distinción principal como lo es el caso de los auténticos Apóstoles de Cristo, que siempre han de garantizar y no exterminar la dimensión carismática y ministerial suscitada por el Espíritu -  todos en comunión de ser y hacer apostólico y profético,  hemos de dar lugar a la acción,  faz profética que brota en los miembros de la comunidad.

IDENTIFICAR  A LOS AUTENTICOS PROFETAS

Todo el pueblo es profético como lo es sacerdotal.  Lo que sucede,  es que existe un profetismo que destaca a algunos,  y esto,  no suele  ser  previsto en las comunidades,  lo que inaugura de continuo,  - para aquellos que  se dan cuenta -,   una necesidad de promoverlo,  a la vez de darle su lugar.

Claro está,  esto a veces es imposible,  porqué una fracción de la misma comunidad a través de su estructura, cierra, pone barreras.  De hecho, hay una interposición a la labor de los verdaderos profetas,  a sus manifestaciones,  que es necesario superar constantemente.

La necesidad de crear un clima de libertad y corresponsabilidad para con los profetas, personas  fundamentales en lo referente a posibilitar encontrar lo que pretende Dios, merece en el intento, en el propósito de acercarnos aún más a  Su  Voluntad,  un  discernimiento más a fondo.

Se determina en esta labor infaltable en toda comunidad que pretende crecer en los lineamientos del Espíritu,  plantear o  replantear,  esa búsqueda constante de los auténticos profetas,  procurando diferenciarlos de los que no lo son.

Es necesario para quienes pretendemos cuidar y darles lugar, no cerrar luego el paso a las interpelaciones  que surgen desde esa presencia.

Se agota la creatividad,  cuando no se da lugar a la participación profética, en oportunidades, sometidas por una tradición basada en formas jurídicas,  que terminan siendo barrera a la actividad de los laicos,  encierro del cambio creativo,  siempre necesario en  lo cristiano.

El grupo institucional no puede anular la creatividad que surge de las bases de la comunidad,  pero bien es cierto,  que a veces retrasa la decisión ejecutiva. 

Aunque finalmente se reconozcan, se implementen y se concreten las aspiraciones de esas personas que con su palabra,  con su vida dan testimonio de iniciativas a favor de la transformación, del cambio, de la conversión,  hemos de reconocer que muchas inspiraciones del Espíritu,  en ocasiones,  son retrasadas por ordenamientos institucionales,  que suelen trabar su pronta vivencia.

Esto de armonizar desde el sentido de Iglesia y dar los pasos con acierto, es deseable en todos.  El peligro es, cuando la sugerencia del Espíritu,  llega por medio de miembros de la comunidad y se mantiene la actitud obstinada de  ignorarlos.

Lograr precisar el valor profético auténtico, es una labor que requiere dedicación, apertura.

Preservar, conservar la tradición para con ello mantener vivo el curso vivo del Evangelio, requiere actualizar,  vivificar en  cada momento histórico el mensaje, y esto, es favorecido con la presencia de los profetas.

Someterse al Espíritu que inspira y proyecta ciertas exigencias que llegan por medio de los profetas, es una actitud  que la comunidad cristiana  tiene que actualizar continuamente, en casos,  aprehenderla y ponerla en sintonía con las nuevas situaciones históricas y de perspectiva de fe, rescatando el don artístico desplazado, de manera que sea posible su extensión.

LOS CRISTIANOS EN SUS DECISIONES, EJERCEN UN DERECHO-DEBER

Una discrepancia como la creada por la puesta en práctica de la autonomía de los laicos, va quedando superada en el tiempo,  y como  fundamento de ello,  aparecieron movimientos laicales antes,  pero en mayor magnitud con posterioridad del Concilio Vaticano II.  Se va manifestando así,  una  mayoría de edad de los laicos,  solicitada y reconocida en la Iglesia, que existió en otros momentos históricos de la Iglesia.

Es el Sacramento del Bautismo el que da derecho al saber laico en lo referente a lo temporal.

En este sentido existe una mayor comunión y participación que va tomando forma de plenitud en la pluralidad del ejercicio práctico,  que amplía más opciones a favor  de la gente en el mundo.

Esto se lo ve concretado,  cuando aparece una unidad,  de y en los diversos enfoques de los Movimientos.  Cada uno con su Carisma,  aporta lo suyo para el bien común.

Este tiempo de transformación del cristianismo, que está pasando de un sentido basado en lo clerical a uno más abierto de intervención laical,  manifiesta ciertos cambios de la realidad institucional que abren paso a decisiones comunitarias.

Lo comunitario es más amplio que lo institucional,  provoca  apertura de decisión,  que ajusta lo oficial a esa dimensión más horizontal. 

Cuando un grupo recibe el don de un carisma, ese núcleo es el que aglutina a los demás que pertenecen a esa comunidad, sean personas individuales o grupos. Estos conforman la comunidad en torno a la comunidad  primera,  depositaria del don a los que todos adhieren.

Un movimiento laico en la Iglesia Católica como lo es el de Cursillos de Cristiandad,  se rige -como toda Asociación,  Movimiento, Congregación u otros-  por su Carisma de Fundación.

A un mismo tiempo, mientras por un lado se afirmaban derechos y obligaciones provenientes del mismo papel del laico en la sociedad en la que transcurre su vida,  por otro,  se lo trataba con un dualismo  que  reducía su protagonismo y su capacidad creativa.  Condicionamiento, que  por lo general  lo reducía a la necesidad de un mandato que debía proporcionarle la jerarquía.  Este modo,  que se definía en un acomodamiento,   no sólo prevalecía por derecho jerárquico,  sino,  por  no ocupar los laicos su lugar.

Esta restricción subjetiva y objetiva en la posibilidad de acción del laico,  por falta de comunión en un hacer que proviene de su propio ser cristiano,  que tiene origen en el Bautismo,  parecería ahora, que iniciados caminos diferentes a aquellos,  y siendo la misma vertiente de un mismo cause la que extiende la misión de los laicos en el mundo,  se van abriendo  medios para posibilitar lo muchísimo que se puede hacer por el hombre de este tiempo. 

MAYOR DECISIÓN EN LA COORDINACION

La libertad asociativa de los laicos es siempre ejercida en libertad de conciencia, de actuación de cada miembro,  lo que significa vivirla siempre dentro de un manifiesto respeto por los demás.

La autonomía laical de la que hablamos, se entiende en el respeto y fidelidad que todos debemos a las demandas del Espíritu.

Cuando se ejerce una actividad establecida por la comunidad, es un ministerio misionero evangelizador más allá del nombramiento-mandato de la jerarquía.

Atender lo que suscita el Espíritu en cuanto a carismas y ministerios que no necesitan delegación institucional u ordenación jerárquica,  colabora en la comunión de fe.

El reconocimiento de los diversos carismas y ministerios que van surgiendo en las comunidades, se entienden, al percibir que son bienes antiguos que ayudan a la comunión desde la base sacramental. Los carismas, ministerios, servicios, bienes,  posibilitan,  un  nuevo ambiente,  en el que recreado desde lo jurídico, institucional y teológico,  va centrando todo el crecimiento que en la actualidad se le reconoce al laicado.

En Cursillos de Cristiandad son muchas las ocasiones en que no se recurre a un mandato de la jerarquía para llevar adelante determinada acción.

Dentro de los puntos de más alto servicio,  el Movimiento de Cursillos tiene una estructura operacional  compuesta  por los grupos internacionales,  Secretariados Nacionales. 

En una más profunda conciencia de organización calificada y efectiva de coordinación, el MCC en sus organismos  internacionales,  designa a sus miembros de maneara directa, lo cual, es un modo efectivo de dar lugar a una responsabilidad que se muestra acorde a estos tiempos.

En este sentido, “Los Organismos Internacionales y el Organismo Mundial” son elegidos en el seno mismo del MCC,  por lo tanto,  no  necesita de un mandato especifico o de una delegación explicita de la jerarquía.” (Pbro. José G. BERALDO-  II EL MINISTERIO DE LA COORDINACION EN EL MCC, MONTERREY, MEXICO, 25 AL 28 JUL. 2001).

El Ministerio de la Coordinación es patrimonio de los fundadores y por ende, a lo que les fue inspirado debe ordenarse todo el MCC. 

No se puede dudar que la potestad del servicio de coordinar se encuentra en Mallorca, no obstante ello,  requiere una participación armónica de las partes que cooperan en esa función  y en este sentido,  serían los grupos internacionales,  los que al servicio de la mentalidad fundacional, complementan el grupo visible universal.

No se puede pensar, imaginar nada que no esté al cobijo de las ideas fundacionales,  coordinar fuera de la visión y orientación de los fundadores, es coordinar lo que no es,  y ello no es bueno en ningún lugar.

Esto significa, que orientados desde lo fundacional,  una autoridad de servicio de los Secretariados nacionales, y más aún, una participación, aunque diferente de los Diocesanos, como de sus Escuelas o incluso de los mismos dirigentes, todos al servicio de velar por la identidad del Movimiento de Cursillos,  siempre en línea con la mentalidad de los fundadores,  nos asegura, que poco tendría que ver en todo esto un pensamiento personal y en cambio mucho de bien nos posibilitaría, si  hacemos realidad,  la necesidad de la comunidad,  que quiere estar unida en su carisma.

Si todos somos parte de un conjunto que va tomando sentido en la unidad,  que precisa al mismo tiempo del organismo en su carisma y de éste en su organismo institucional,  todos hemos de ganar en el servicio y en la coordinación necesaria e imprescindible para llevar el Evangelio a los ambientes.

Queda explícitamente dentro del marco de la comunidad institucional,  una decisión que a medida que transcurre el tiempo,  trae nuevas aperturas, donde lo comunitario,  va siendo cada vez más significativo,  ya que las decisiones fundamentales van  pasando cada vez más a manos de las bases, en medio de una participación acorde a una realidad,  que en casos, los mismos medios de comunicación son los que acompañan y en otros, directamente inician y  llevan adelante los objetivos.

Siendo esto realidad, los temas y las actitudes van pasando a una participación más efectiva, donde la posibilidad creativa de los laicos va en aumento,  estimulando y encontrando nuevos caminos  para estar más cerca de lo que Dios  quiere,  en sintonía con nuestra identidad cristiana,  eclesial,  siendo  persona en el mundo, que desde nuestra identidad laica,  nos permite ir encontrando una mejor posibilidad, una razón más efectiva de la actitud de “ser Iglesia”.

La coordinación en estos días pasa por orientar todo al Carisma Fundacional del Movimiento, que como siempre se dijo y se dice,  deberá encaminarse en los lineamientos que tengan origen en la mentalidad de los fundadores. Aquí se hace necesario pasar de la intención al acto,  ya que en la actualidad, la expresión “estamos con los fundadores”, “con el pensamiento de fundación”,  no resiste no ponerlo en práctica entre nosotros y al entenderlo de mejor manera,  bajo su guía,  será llevado al servicio de más hombres en el mundo.

No se trata de caer en un nudo, ya que hoy parece que las discusiones de quien es el fundador o los fundadores de Cursillos,  trae una división en el Movimiento que todos encontramos desgraciada,  sino, de evaluar y valuar el pensamiento fundacional genuino, para con ello valorar la finalidad de ir a los que no vamos con la asiduidad que corresponde a los que somos conscientemente parte del Reino. 

Decir con palabras lo que se dice desde  los inicios para dar significado al Movimiento, pero no decir quién lo dijo desde los comienzos, no hace más que devaluar lo que es propio reconocer de la mentalidad fundacional.

No podemos dudar que lo que hemos de refrescarnos y señalarnos, que no es otra cosa que la necesidad de profundizar en  la mentalidad y de llegar a los que tenemos que llegar y esto no es estudio de teología, requiere de nuestra voluntad, de nuestra vivencia.

Por lo que, no hemos de confundirnos, no se trata, ni más ni menos, que de hacer lo que debemos hacer, de manera, que no nos llevarán a lo que no queremos ir.

NECESIDAD DE UNIDAD ENTRE EL MCC Y SU CARISMA FUNDACIONAL

Las Ideas Fundamentales (tanto las primeras como las segundas)  surgidas en estos años de peregrinaje del Movimiento,  fueron encontrando en la organización de servicio, en lo que sería la punta de la pirámide de servicio, el OMCC,  una reserva de derechos intelectuales sobre las mismas. Esto responde a una cierta autoría que,  por una lógica corresponsabilidad,  la actualización de estas  “ Ideas Fundamentales ”  han de seguir ahora,  el temario que la orientación de los iniciadores les viene dando en este itinerario histórico,  fundamentalmente,  desde el documento que Eduardo Bonnín a escrito con relación al Carisma del Movimiento.

Estas premisas necesarias siempre de criterio  y  espíritu, eclesial, es un servicio más,  siempre más representativo que la sola letra de la norma o  el quedarse en la sola referencia de la palabra. 

Frente a todos, en la hora en que la verdad aparece sobre la mesa, se hace imprescindible, la  coesencial  unidad  de la  institución y el carisma, que va llegando a más,  por medio de la persuasión de la verdad y en medio del silencio de inocentes y observadores, se va definiendo – en aquellos que se van dando cuenta-   la necesidad  ineludible y  sincera de aunarse a  los fundadores, a la voz cantante y de patrocinio intelectual de Eduardo Bonnín, primero de todos.

Esta necesaria alianza que se viene perfilando en el tiempo, se fue expresando  primero de boca a boca por algunos dirigentes y luego por grupos,  últimamente por algunos institucionalizados  y dispuestos incluso a un estudio serio del Carisma de Fundación,  tal cual lo propuso de distintas maneras el grupo fundador de Mallorca.

Esto fue acentuando la gestión de estudio del Carisma por parte de algunos pocos Secretariados y Escuelas  esparcidos en el planeta,  que a pesar de no ser fácil su puesta en práctica, comenzó a aclarar más cosas y hacer que un sueño se vaya haciendo realidad.

La unión en el Carisma se va concretando en distintos lugares. Es el aval que necesitamos para enfrentar los retos del presente y futuro en el movimiento. 

TRANSFORMAR LAS REALIDADES DESDE NUESTRA REALIDAD

Y si anteriormente decíamos que como comunidad se trata de vivir con intensidad la mentalidad que la origina, encarnando el carisma obsequiado a los fundadores, esto lleva implícito para muchos, más que un ir a las raíces,  ir a una querencia natural de los sentimientos (ser parte)  hacia lo propio que surge en ideas-fuerza, desde y en el grupo fundador.

En esto, nos tenemos que hacer cargo de una realidad, en la que en Cursillos se ha llegado a considerar fundadores a quienes incorporan el Movimiento en una diócesis, en un país y se improvisa en cosas esenciales, cuando en la práctica se desconoce lo verdaderamente valioso, el pensamiento del grupo inicial de Mallorca.

Aunque se haya leído mucha literatura de los comienzos, es la realidad de los acontecimientos que hacen a nuestra verdad histórica, los que permiten que muchos hechos domésticos, afines a aquellos que los vivieron,  ahora están siendo conocidos por más y en los cuales, incluso hechos históricos anteriores al mismo cursillo de Agosto de 1944,  ya mostraban animosidad hacia las personas que  se adherían a Cristo.  Esto ya nos lo decía el mismo Eduardo en aquellos tiempos previos y  precisamente porque les estaba ocurriendo a ellos, confirmaban en esto que se encontraban en el camino de Cristo. 

Desde siempre los cristianos han sufrido persecuciones, ruidos estridentes y calma infértil  les acompaña, lo que se traduce en difamaciones, deformaciones y límites a la misión, donde mucho peor que los ataques externos pueden ser las dificultades internas,  donde lo que más interfiere son las deserciones y las desviaciones.

Estas circunstancias de vida,  suelen en estos tiempos, manifestar ciertas actitudes que es bueno reflexionar,  en búsqueda y con intención  de mejorar la comunión de fe en la comunidad.

Aquí nos parece oportuno, que el agradecimiento y el reconocimiento a un don recibido por otros y extendido en beneficio de más personas, no se transforme en lo contrario, es decir en una desatención a ese bien que va entendiéndose y extendiéndose en la comunidad Iglesia y en el mundo.

Estas realidades que se presentan por una mayor información, invitan a participar, pero hemos de cuidar, pensando lo que hemos de hacer.

Que queremos decir, por ejemplo, publicar un beneficio, resaltar, hacer sobresalir distinguiendo a una persona o a un grupo,  es un acto de reconocimiento;  querer a un bienhechor o a un grupo que por su causa otros se encuentran beneficiados,  es un acto propio de la gratuidad.

El que se da prisa a pagar un servicio generoso que le hicieron con otro servicio, para quitarse el peso del reconocimiento, es un ingrato;  y rebosa en gratitud el que, no retribuyendo su agradecimiento, por no atreverse a desplegar sus labios sobre ello, pero acompañando al que con su servicio posibilitó la presencia del regalo de Dios entre nosotros, en nuestro caso, el carisma del MCC,  implica el gozar con las alegrías y sufrir con las tristezas de la persona o grupo que recibió el obsequio de parte del Espíritu, completando una actitud de  verdadero agradecimiento. Realizado con la gratitud que no cuenta lo que da, porque siempre debe, es como sentimos lo que Dios hace en los hombres y comprendemos mejor el modo correcto de valorar.

Él se nos presenta más cercano que nunca.  Al hombre religioso de la antigüedad,  Dios lo impresionaba  por su trascendencia, desde la distancia,  Dios tenía forma de soledad. 

En los tiempos actuales,  se pasó  a un protagonismo,  donde Su Presencia,  Su Cercanía, forma parte de nuestra propia historia,  invitándonos a un progreso creativo y a confiar en un  CRISTO VIVO Y CERCANO.

Es realidad constatada, que no obstante los pasos dados en favor de reconocer que el margen es nuestro centro,  que “los alejados”, son nuestros preferidos, -porque lo son para Cristo,  que  no excluye a nadie e incorpora a todos -  no alcanzamos a darles suficiente confianza.

El hombre es descalificado por sus acciones, pero además,  se lo detracta en su dignidad personal, en muchos casos, porque se le juzga su intencionalidad, cosa por demás subjetiva,  imposible de confirmar acertadamente, sino se cuenta con un  plano de intimidad serio, sincero, lo cual,  coloca no pocas veces a aquellos que no se les acepta en su desemejanza y a nosotros,  en una situación que no proporciona posibilidad de justificación ante Dios.

Justamente, acercar al otro a la Misericordia Divina es lo que nos acerca a nosotros.

Es decir, se da a veces la contradicción de  no ayudar en una dimensión mayor al hombre, en cuanto a llegar a su sentido de esperanza, haciendo realidad lo contrario de lo que pretendemos.  Y esto es así,  porque a pesar de la comprensión que se esgrime del pecador y no del  pecado, el accionar,  en oportunidades no responde al designio amoroso de Dios, porque la aceptación esgrimida de la circunstancia, a veces resulta artificial, ya que no se reflexiona suficientemente preguntando y escuchando al que yerra, al que se equivoca.

Esto concluye en Cursillos, con una falta de posibilidad para esa persona, en cuanto a alcanzar de manera consciente la  Bondad siempre presente. No es extraño que sustentemos nuestra decisión de  que no participe de los tres días de Cursillo,  basados en los inconvenientes provenientes de  problemas morales posibles de solucionar,  y en otras ocasiones, por no haber recibido algún sacramento.  

Es necesario, hacer existencial el análisis de por qué razón tomamos esa actitud y colocarnos seriamente a mirar,  por qué hace lo que hace esa persona,  por qué se provoca involución de sí mismo, y en conocimiento de las motivaciones por las que va en contra de si o por qué se satisface en cosas que no le son buenas,  es como hemos de orientarnos para que se cumplan en esa persona los designios de Dios.

Al margen de lograr o no la apertura, de conocerlo o no,  mi actitud tiene que ser comprensiva, compasiva.

El hombre hace lo que no quiere y deja de hacer lo que quisiera hacer,  porque vive en una ambigüedad de conciencia que podría superar. Y puede no someterse,  si en el mismo acto en que decide agredir o agredirse o  satisfacerse en lo que a la larga o a la corta lo va a dañar y dañar su entorno, asume lo bueno que hay en él y se perfila por la esperanza que siempre late mientras que hay vida.

En esto que expresamos, no estamos exentos ninguno. Aunque lo que hacemos, lo realizamos con la mejor de las intenciones,  nuestras correcciones,  probablemente no pocas veces,  no sean  no sólo tan fraternas, sino que además, en casos, quizás  no sean  auténticamente cristianas.

Es decir, ninguno de nosotros escapa a la debilidad de no ser lo que pretende nuestra fe.  Al  no tener la fe que supone lo cristiano,  racionalmente tenemos que reconocer, que ser perfecto como el Padre celestial,  es una forma de dar a entender lo que podemos lograr,  pero no todos los imposibles hemos de  hacerlos posibles,   ya que la finitud es parte constitutiva de todo ser humano.

Todo parecería indicar que nuestras apreciaciones,  que la entrega  a Dios,  tienen que conducirnos,  a que las realidades humanas han de renunciar a sí mismas,  en donde,  los sacrificios, el martirio,  parecerían ser el modo que vale,  el estilo de vida que nos identifica.

Es por demás lógico,  que si una persona vive en un caos de miserias, esto ha de terminar como ese ser humano decide,  pero si se da oportunidad,  si reacciona ya,  puede modificarse y encaminarse hacia su Bien.

Se entiende que la aceptación que por tradición se da al ser alegre,  no parece ligada o apreciada como una vivencia trascendente de lo cristiano.  Nadie negaría el valor de la alegría,  pero sentimos que a veces, por una tendencia,  no se la presenta con fidelidad,  no se la reconoce lisa y llanamente como una entrega cristiana de las  más excelsas. 

Ser alegre puede ser un estado de vida natural en una persona. Sin embargo, suele ser la resultante de la madurez, diferencia de expresión,  que la persona no se esfuerza en evidenciar,  porque es.

Y es alegre y es madura al disfrutar de todo lo sencillo y positivo que tiene la vida, sacando incluso de lo negativo cosas positivas.

Estas personas aman generosamente sin exigir amor de quienes aman, sin crear dependencias y respetando la libertad del otro, pretendiendo que piense, ame y actúe por su exclusiva decisión.

Requieren que cada uno asuma sin depender de otros, empezando por su persona.

No tienen necesidad de alabanzas, tienen sentido del humor, no tienen actitudes dramáticas, se aceptan comprensivamente, como así también  a los errores ajenos.

Ante los contratiempos mantienen su comportamiento y no se dejan llevar por emociones del momento.

No tienen dudas de quererse, de verdad, bien, cuidando su salud en todo sentido y sin temor a ser tildados de egoístas.

Saben que hay que decir la verdad y en oportunidades puede ser necesario callarla.

Cuando exponen su parecer, no se lo imponen a los demás.

Como personas prácticas, críticos y teóricos, siempre procuran el tono positivo de los comentarios, para que la esperanza sea presente. 

Hemos de coincidir que la cualidad de persona sensata, persona adulta, diríamos persona alegre, es alguien que tiene satisfacción  y extiende  jubilo y regocijo en lo colectivo.  

El sufrir, el dolor, son verdaderas expresiones cristianas, pero necesitan del jovial hecho de la alegría,  para sugerir la idea de justeza o valor auténtico de lo cristiano.

La pasión cristiana, a veces parecería pasar sólo por el padecimiento,  la alegría entonces, se transforma simplemente en un  complemento secundario, exento de connotación,  que requiere justipreciar con aprecio y equidad el valor del significado.

Jesús realizó una opción fundamental que marcó toda su vida, “hacer la voluntad del Padre” ¿Puede que sea el ideal de la gracia,  la alegría de la opción esencial del cristiano laico que va haciendo consciente su fe? ¿Puede que el ser alegre, sinónimo de ser feliz, es voluntad de Dios en nosotros, en especial los laicos?

Con la alegría, con una sana alegría, creemos se mantiene  la vida  en ciertos caminos de santidad.

Sacrificios, incluso flagelaciones, ¿pueden  ser considerados como una actitud heroica cuando su exposición aparece por medio de la alegría?

Nosotros sabemos que mantener la alegría en ciertos momentos de la vida es verdaderamente un acto cristiano que merece ser expuesto en su real magnitud y acaso, cuando se lo reconoce,  al margen de si requirió esfuerzo o no, creemos,  puede ser un ejemplo de resurrección, sin necesidad de que tenga que dársele una connotación heroica.  Son las circunstancias las que determinan la heroicidad de una actitud. 

El manifestar que nunca hemos de saber todo lo que significa para Dios determinado concepto, por ejemplo:  alegría, actitud definitivamente humana y cristiana, nos pone en la luz de lo que va más allá y nos muestra un sentido de humildad.   Por lo tanto,  mostrar que también nosotros podemos estar descubriendo, no hace más que ser veraces y ayuda a que otro también indague en el misterio.

Esto no nos impide decir que desde el criterio,  no es tan comprensible,  que el sufrir o el dolor lo tengamos como condición  para merecer la salud.

¿Se puede hablar así?   El cristiano sabe qué nace,  ¿a qué nacimiento nos  referimos?

Si Cristo está acá,  ¿Es posible identificarlo sólo con la cruz o sólo con la resurrección, o necesita la primera identificación la complementariedad de fe de la segunda?

La realidad de la cruz,  la aceptación de la propia,  tiene un sentido de fe en el seguimiento de Cristo,  una consecuencia,  ello me ayuda a comprender lo ajeno a mi voluntad.

Pero la inspiración del Espíritu Santo no me lleva a no pretender superarme en mi pobreza,  en mi miseria,  sea la que sea,  hasta lo increíble, a mi propia muerte,  en y por Quien me resucita.

El tema entonces se canaliza por la fe y pasa por no ser rico en su sentido vanidoso, teniendo claro que el tener bienes no significa en haber perdido el camino. Específicamente,  si se sabe administrar,  sin necesidad de reclamar nada a cambio y puesto al servicio del bien común, son actitudes que siempre orientan el camino.  

Se pueden tener bienes materiales,  no hacer ostentación de ello y utilizarlos bien.

Se pueden tener bienes espirituales, que sirvan para uno, para orgullo de sí y al no utilizarlos para bien,  por avaricia o exhibición,  puede retraer esa extensión espiritual. No administrados bien,  frena todo beneficio personal y comunitario que no llega o  merecía llegar a más.

No es ajeno a esto,  un no saber descifrar lo que Dios quiere de uno y del otro.  

Se entiende,  que  todo puede ser mejor desde una  entrega,  en la que se mantiene el sentido de ser persona del individuo. Cuando con ciertas actitudes se le niega la posibilidad de que la persona sea ella misma,  limitando su sentimiento a ciertos roles, - que se  señalan  inherentes a lo cristiano,  pero no siempre son concurrentes con una forma de vida en lo cotidiano -,  se está invadiendo artificiosamente  lo natural.

¿Pueden ser pretendidas por Dios unas exigencias que superando todo criterio,  nos lleven a aceptar como un bien la pobreza?  Aunque sepamos que hemos de convivir con ella toda la vida, también sabemos que altera todo un orden de bienestar que Dios genera y sugiere a los hombres. En conocimiento de esta realidad,

¿podemos considerar con toda nuestra mente y con todo nuestro corazón,  que hemos de hacer los mayores esfuerzos para erradicarla?

Este caso,  para todo aquel que estudia la realidad, sólo merece una respuesta, no debemos resignarnos a ninguna clase de pobreza.  La iniciativa de la misericordia que vuelve todo al punto de salida,  nunca conforma al desamparado a  mantenerse en el desamparo. Todo ser humano merece salir de cualquier  clase de pobreza,  a veces con visos de miseria,  que  merece superar.

No ha sido simple recorrer el camino para que los laicos fueran tomando su lugar  y así nos encontramos creyendo y diciendo  “Iglesia soy yo ”.

El  laico es absorbido en posiciones que justifiquen sus roles, comúnmente determinados en tareas intraeclesiales.  En no pocas oportunidades, no se les posibilita un seguro replanteo de sí mismo y de que el centro de su vida,  lo cristiano, la vida de gracia,  es posible vivirla en sus cosas de todos los días.

Darse a Dios y a los demás, generalmente se presenta y se exige dentro y fuera de los comprometidos en la fe,  como una obligación para todos, solicitud pensada y presentada como proveniente de Dios, pero requiriendo  una actitud no pocas veces lejana a su simplicidad,  a su cotidianidad, a su mundanidad.

No son iguales las exigencias en todos y sin embargo si es igual el ofrecimiento de amistad de Dios para todos.

Pese a ello,  se pasa de una verdad  plena  en gratuidad a una exigencia, que se pretende fundamentada  en el Evangelio.

Hay exigencias de la existencia, que no pueden pretenderse que sean  en todos con un efecto igual.

Presentar ciertas obligaciones en la vida de fe,  al hombre sometido a sociedad,  en casos, en lugar de beneficiar,  termina colocando a éste,  en un activismo o en un misticismo raro, de actitudes forzadas. 

Se finaliza con el sujeto en medio de caminos desconocidos para él, donde su finitud,  no es tomada en cuenta por las “  materias religiosas”  que se le presentan de un modo, que le colocan en situaciones extrañas a lo normal de su vida.

Roles desubicados y  motivaciones casi imposibles de cumplir,  forman parte de una espiritualidad que pierde en equidad, cuando le habla al hombre de su vida sin ponerse en su situación de fe, sin adaptarse a  este ciudadano,  que muchas veces no tiene fundamentos de fe cristiana, aunque sea bautizado en la Iglesia Católica.  Esto es así,  porque el hombre común no tiene ese alcance propio de quienes ya vienen en continua relación con todo lo que requiere una confianza experimentada conscientemente con Dios.

Por eso, es necesaria una diferenciación de trato entre los que de algún modo ya tienen una “experiencia de fe vivida”  y los que de algún modo son el entorno, los que no participan en la “hondura”  de aquellos,   primeros en ser conscientes de la Gracia. Estos,  tienen que participar a los segundos,  de las “maravillas” que El Señor hace en sus vidas.  La  comprobación de  lo que la Providencia  hizo y hace en nosotros,  es algo infaltable de dar a conocer a los otros.

Esto mismo, - como decíamos- no exime de reconocer mucho de bueno en la vida de los laicos, que sin conocimientos o prácticas piadosas, en cuanto a los actos que se estiman corresponden a las acciones provenientes de la fe,  incluye una realidad de crecimiento también en la civilización.

Tantas solicitudes a la unidad de los cristianos por parte de nuestro Papa Juan Pablo II,  tienen que recibir también respuestas de nosotros y desde lo personal,  reconociéndonos “ vasijas de barro”, hacerlo vida y a la vez transmitirlo en la sociedad civil.

“La laicidad, entendida como autonomía de la esfera civil y política de la esfera religiosa y eclesiástica – - nunca de la esfera moral – es un valor adquirido y reconocido por la Iglesia y pertenece al patrimonio de civilización alcanzado.” (Nota Doctrinal de la Congregación para la Doctrina de la fe, del 16/01/03) Aprobada por Su Santidad.)

En definitiva, el documento pide a los católicos que lo seamos también en la política y en todas partes de acuerdo a la enseñanza moral y social de la Iglesia en cuestiones éticas fundamentales.

Los ciudadanos católicos tienen el derecho-deber, - como todos los demás – de buscar sinceramente la verdad y defender, con medios lícitos, las verdades morales sobre la vida social.

La “laicidad” necesita en primer lugar la actitud de quien respeta las verdades que emanan del conocimiento natural sobre el hombre que vive en sociedad,  aunque tales verdades sean enseñadas al mismo tiempo por una religión específica,  pues la verdad es una.

Es acertada la justa autonomía de los laicos que deben asumir una sola vida “espiritual y secular” que involucra todas las relaciones.

Vivir en conformidad con la propia conciencia no es acomodarse en posiciones raras, extrañas a lo noble, sino en ser y hacer por un ordenamiento social más justo y coherente con la dignidad de la persona.

Verdad y libertad van juntas y ellas se fundan sobre la dignidad de la persona humana, que exigida por contradicciones externas, se deciden por buscar la verdad y vivir esa libertad que todo acerca, que todo lo pone al alcance para una vida más plena, más coherente.

Alegrémonos los cristianos que en lo cotidiano podemos vivir nuestra fe.

Comenzando desde nosotros,  hacemos creíble a los demás  el “principio sobre el que los católicos no pueden admitir componendas, pues de lo contrario se menoscabaría el testimonio de la fe cristiana en el mundo y la unidad y coherencia interior de los mismos fieles.” ( Nota Doctrinal del 16/01/03 de la Congregación de la Doctrina de la Fe). 

TENEMOS QUE IR TAMBIÉN A LOS QUE ESTAN FUERA DEL REDIL

Lo que sucede a los que nos encontramos en el redil, lo que se supone de los que tenemos un mínimo de conciencia de lo que tratamos,  nos lleva a ahondar en lo que es propio en cada comunidad.

En nuestro caso, como en el de cualquier comunidad, hemos de tener siempre presente a nuestro carisma, el que dio nacimiento a este movimiento en la Iglesia Católica, que en su crecimiento,  no puede perder su esencia,  su impronta laica,  su mínima organización,  su coordinación en las fuentes, su comunión,  es decir,  tiene que estar la Organización del Movimiento, sus Organismos, la institución, cerca, muy junto a la mentalidad de los fundadores que por obra (movimiento) del  y en el  Espíritu Santo,  se expresa a través de un Carisma a ellos regalado y del que ahora nos alimentamos. 

Llegar en estos tiempos a quienes están  fuera de nuestra creencia de fe es algo coesencial a nuestra existencia.  No tiene motivación, es decir, no tiene sustento el ser cristiano,  si no se encuentra abocado a la difusión del Evangelio de Jesucristo. 

LO MUNDANO PARTE CONSTITUTIVA DEL LAICADO

El laico tiene que asumir su identidad. En este sentido, la jerarquía tiene que ahondar la comunión sin dejar, y cuidando su identidad religiosa, que no es considerada de igual manera que la laica, no porque no viva su cristianismo,  sino, porque la gente cree que es la actitud propia de una función, que cuanto menos,  se liga a su rol o directamente a lo que estudio, en una palabra,  para lo que se preparo,  a su vocación.

En cambio el laico,  lo que manifiesta es algo que le es natural, que es considerado natural. Lo que dice es porque lo siente,  proviene naturalmente de su interior.   Es así entendido y recibido por la gente, siempre y cuando,  no se ponga en una actitud extraña,  rectora, sacerdotal, mística, misteriosa, activista, artificial al fin.

Al cristiano práctico, al seglar, se lo juzga en sus ambientes naturales,  justamente por sus prácticas religiosas. El cristiano que no tiene actitudes que muestren su fe,  no es juzgado por sus pares, no se lo considera como aquel otro cristiano que ejerce su fe abiertamente, exteriormente.

El laico cada vez más, a medida que se vuelca a su fe,  será más rigurosamente examinado en su vida y tendrá que ser un activo de su fe cristiana,  dentro de parámetros que muestren el buen ejercicio, la armonía de la fe y la vida.

El hombre tiene que mostrarse ante Dios como es, de manera que sus límites no pueden ser considerados impedimento. El hombre ni es un superdotado ni es un sub-hombre, es un hombre.

Una vida que tiene que ser vivida en la entrega por el bien común,  es un deseo que se procura se haga realidad en cualquier cristiano que toma conocimiento de la Verdad,  pero,  no se puede creer que es posible de igual manera en la vida de todos, una forma igual de santidad,  ya que sabemos, que lo fino de un cabello es la diferencia que da exactamente la posibilidad de lo contrario.

Dios no quiere ser protagonista a costa del hombre.

El enfoque de la Iglesia actual se manifiesta en un discernimiento y aprendizaje (GS 44), que acepta la colaboración y participación de los no creyentes (GS 21, 75), que acepta la autonomía de lo terreno (GS 36) y al mismo tiempo insiste en transformarlo (GS 37). Con estas expresiones se sale de los sentimientos de autoridad de superioridad, aceptando colaboración. 

Es en el fracaso del ideal proyectado, no pocas veces en el otro, pero también en nosotros,  donde podemos comprobar nuestra capacidad para aceptar la pequeñez humana e indagar en la realidad de nuestras formas, de nuestra imagen  y  la de los otros.

Es la persona integral la que se encuentra en lo espiritual y en lo material.  No hay contraposición entre mundanidad,  materialidad,  naturalidad y espiritualidad.

Es necesario orientar los pronunciamientos eclesiales a una más autentica versión que contemple una necesaria desclericalización de los conceptos,  que derivan y explican los problemas temporales desde una mayor presencia laica.  Esto puede expresar no sólo una atención más acorde a la visión de los laicos, sino que puede mostrar una misión más  real y completa de la Iglesia en el mundo.

La construcción del Reino de Dios al contar con la acción de los “preparados” para desarrollar la “mundanidad” y la relación con la laicidad, exigencias propias de una espiritualidad no clerical,  necesita una preparación cada vez más valiosa del clero para acompañarla.

Los laicos,  a través de diversidad de personas y movimientos,  en nuestro carácter de representantes de la Iglesia en el mundo, no somos algo fuera de nosotros, como una cuestión impartida desde lo externo, sino que siendo mundanos, la sociedad forma parte de nuestra propia naturaleza, en ello tenemos que crecer como persona y en personalidad.

Somos los laicos quienes dando sentido auténticamente cristiano a la ejemplar forma de la Iglesia,  tanto desde la autonomía,  como desde  la consistencia de las realidades temporales,  pretendemos desde la unidad de los cristianos,  la unidad del género humano en el Sentido de la vida. 

Prestando nuestro servicio a la Iglesia y al hombre en el mundo, en su ámbito propio, específico, en lo que llamamos, nuestros ambientes naturales,  es la manera que el laico puede ser un verdadero ejemplo de lo cristiano, modo con el que podemos ayudar a que el don de Dios sea apreciado en el mundo.

Se hace necesario en este tiempo,  precisar la función del sacerdote ordenado para que con su ayuda,  se pueda entender mejor la secularidad laical y la secularidad del sacerdote.

La formación espiritualista no mundana del clero, influye en la Iglesia, orientando y dirigiendo los asuntos temporales de lo cristiano, en casos provocando una marginación intraeclesial de los laicos. Así se peregrinó en lo cristiano, con una espiritualidad en la que se vivió y se murió desde la experiencia propia del clero.

Hoy sería muy  preocupante,  que dicha actitud,  deje de lado a aquellos de mejor pensamiento para favorecer la vida en el mundo.

Ese dejar de lado a aquellos más creativos, suele causar un cansancio,  que es necesario superar desde la acción positiva,  dando lugar entre los más posible, a la siempre necesaria búsqueda de comenzar de nuevo y en la que la jerarquía,  no se vería obligada a expresar lo que el laicado calla. 

Lo jurídico debe ser modificado para favorecer el servicio vivo en un cambio, donde la labor de Dios, que viene a  curarnos a todos,  necesita  una labor asociada desde la acción de cada uno, dando razón de nuestra fe y de nuestra esperanza, reconstruyéndolas.                                                

CIERRE NO CONCLUSIVO 

ES FUNDAMENTAL IR CONOCIENDOSE PARA CONOCER

Es necesario entrar en contacto con el pobre, con el pecador, no sólo para ofrecerle algo (asistencia, limosna, ayuda) sino y fundamentalmente para recibir, para ser evangelizados por ellos.

Podemos hablar de madurez, de tener esperanza,  de ser maduros en concreto, pero hemos de tener capacidad de discernimiento y respeto a la libertad de conciencias.

El discernimiento incluye el saber escuchar, el tener sentido de autocrítica. Exige  humildad para suponer que somos capaces de reconocer los propios errores y que tenemos que aceptar las consecuencias de lo que pasó,  de lo que no entiendo, de lo que proviene de mi propio comportamiento, de mi elección.

Buscar pretextos en la culpabilidad que a veces solemos o pretendemos poner en otros, ya no funciona cuando uno va madurando en personalidad, lo cual, nos muestra algo positivo,  una forma de crecimiento como  persona.

En cuanto al libre albedrío, es cierto que nadie puede ir en su contra en el ejercicio de su libre decisión de conciencia,  claro es, mientras no invada al otro.  

El hombre tiene que encontrar o no lo que determina su liberación o no.

La realidad de la vida actual, condiciona la oración,  la espiritualidad del laicado.

Se hace necesario tener acceso a la experiencia de  soledad, de silencio.

Si no logramos espacios de soledad, diferimos la conciencia de una experiencia de Dios, o al menos,   dificultamos una posible atención vivencial del espíritu.

En la sociedad actual todo esta montado para disecar toda forma de pensamiento.

A la vez,  todo está plasmado para concebir como absoluta realidad necesaria, que una real valoración del hombre y de la sociedad,  tiene que adquirirse, en una capacidad,  que le posibilite al hombre debatir en grupo,  ya que al comunicarse,  se  auto clarifica.

Hoy como nunca,  estas formas,  pueden concluir en no dar lugar a que el hombre asuma su confrontación consigo mismo.

Si como en su tiempo,  los Cursillos aportaron un conjunto de posibilidades para crecer como persona, en la que la comunidad de amigos dio una muy buena posibilidad, en la actualidad, se plantea,  sin perder el valor de la relación amical para el propio crecimiento, un ahondar en el aprendizaje de la reflexión personal.

Hemos de profundizar en el hoy,  en conocernos personalmente.

La incapacidad para conocerme y conocernos,  aceptarme y aceptarnos, para quererme y querernos, como soy y como somos,  sigue necesitando de una cualidad del espíritu de doble sentido, humano y espiritual.

El espíritu nos pone frente a nuestra realidad existencial y nos pide que nos animemos a pulsear con el destino por medio de una tarea que es necesario ejercer.

Se trata de espiritualizar lo humano, de transformarlo, de hacerlo apto desde lo íntimo y verdadero de uno mismo.

Comprende el reconocerse en lo que uno es,  en su finitud y en su grandeza. Se trata de presentarnos a Dios tal cual se es.

La soledad,  el silencio me lleva a mirar y definirme en mi existencia, desde mi conciencia.

Me miro, me identifico y van surgiendo mis decisiones, mis opciones, mis libertades.

A medida que crezco espiritualmente,  esto genera autonomía, interioridad, que no me permite caer en el aislamiento. 

En cuanto a motivaciones y actitudes,  voy creciendo en capacidad de veracidad.

El Espíritu llama a que nuestras relaciones interpersonales no nos permitan llevar al otro a su “rol”,  en una palabra, en algunos casos,   a su reducción  de persona.

Es toda una tarea, en la que buscando afinidades espirituales, crecemos en solidaridad, en comunión con otros.

Nuevos senderos se abren y vamos entrando en una mayor comunicación,  cada vez más personal, pero a la vez de mayor acercamiento comprensivo entre nosotros y otros.

Más dispuesto a compartir y expresar desde la escucha atenta, donde la misericordia, la ternura, la cercanía, la bondad por toda persona con quien me relaciono,  es un modo expresivo que me habla de mi actitud, de mi crecimiento.

No quiere decir esto, que todo ocurre u ocurrirá de manera eficiente.  Lo humano da lugar,  al todo es posible y lo miro esperanzado,  incluyendo siempre las deficiencias a superar.  Sabemos que la debilidad humana recibe la ayuda del Espíritu cuando recurrimos a Él para que nos dé nueva vida.

Adaptando nuestra situación personal y de comunidad, confiamos en Dios, renovador de todas las posibles transformaciones personales y de conjunto. 

De manera,  que empezando por nuestra persona,  intentamos conocer a Dios y al asumir nuestra particular situación,  desarrollando nuestra vida en la Gracia,  vamos ganando y generando confianza.

Si el hombre es para Dios,  lo que nos lleva a buscar al alejado,  sin dudas, el encuentro con éste,  sacude  nuestro conformismo.

Nosotros somos seres humanos que intentamos ser imagen de Dios, pero sabemos la diferencia.

Tenemos que ser amigo,  de acuerdo a la amistad de Dios para con nosotros, pero sabiendo de  nuestras incapacidades para lograrlo. Por eso,  los que estamos conformes con las seguridades que supimos conseguir,  ya no podremos convivir con ciertas facilidades, en medio de una comodidad que va dejando de ser,  porque se van descompensando nuestros privilegios.

Una comunidad que siente hambre de Dios, deja todo para dar lugar a los profetas, a los creadores, a los que buscan nuevos caminos.

Si seguimos construyendo normas, reglas, estructuras,  que mantienen seguridades doctrinales, ciertas, avaladas,  sin darnos cuenta,  a veces “bloqueamos” en el hombre la interpelación del Espíritu, incluso, en casos,  hasta obstaculizar su luz.

¿Cómo reaccionaremos ante tanto cierre a lo bueno y humano que trae la inspiración  del Espíritu?

No esta fuera de lo cristiano sino dentro, el creer que Su Amor abarca a todos. Esto es parte que nos hace creer y hace creer en lo que nos vamos transformando, ya que en Él,  podemos ver la libertad, experimentarla y en la memoria histórica de la verdad,  comprendemos que Su Amor vence. 

COMUNIÓN DE SEGLARES Y JERARQUIA

Dios elevó a los hombres a la participación de la vida divina.

El Bautismo y la Eucaristía son partes constitutivas de la comunión en la Fe de Cristo, pero necesitamos decir que este “asombro” eucarístico que suscita nuestro querido Juan Pablo II, que este contemplar el rostro de Cristo, y contemplarlo con María, nos invita “a remar mar adentro en las aguas de la historia con el entusiasmo de la nueva evangelización”.   

La relación entre sacerdotes y laicos, incluye a otros miembros de la jerarquía como son los diáconos.

Vamos a ir concluyendo  este cierre, que entendemos, es una apertura a un camino de este tiempo espiritual,  en que los inicios del milenio,  nos llevan a una comunión más abierta a todo el género humano,  empezando desde la relación entre sacerdotes y laicos.

Los sacerdotes, lo son para nuestra creencia de fe,  para los de la religión católica.

Son sacerdotes para nosotros,  los creyentes cristianos,  no para los de otra fe, como no  lo pueden ser los sacerdotes de otras religiones para nosotros.  Cada uno es consagrado sacerdote en su religión propia,  no en otra.

Desde esta necesaria afirmación, es que avanzamos en la contemplación de la realidad sacerdotal en nuestra vida de fe,  que desde un buen entendido,  nos dice, que los presbíteros como los demás discípulos a quienes Dios hizo partícipes del Reino,  son hermanos entre los hermanos.  “Hace falta hacerse hermano de los hombres en el momento mismo que queremos ser sus pastores, padres y maestros”. (Pablo VI). “Es motivo de alegría recordar que los ministros católicos pueden, en determinados casos particulares,  administrar  los sacramentos de la Eucaristía, de la Penitencia, de la Unción de los enfermos a otros cristianos que no están en  comunión  plena con la Iglesia Católica, pero que desean vivamente recibirlos, los piden libremente y manifiestan la fe que la Iglesia Católica confiesa en estos sacramentos”. 46.ECCLESIA DE EUCHARSTIA. 

“Los presbíteros deben reconocer sinceramente y promover la dignidad de los seglares y la función propia que tienen en la misión de la Iglesia”.

“Respeten, también, cuidadosamente, la justa libertad que a todos compete en la ciudad terrestre.

Escuchen gustosamente a los seglares, teniendo en cuenta fraternalmente sus deseos, y reconociendo su experiencia y competencia en los varios campos de la actividad humana, para que junto con ellos puedan conocer las señales de los tiempos.”

“Encomienden a  los laicos tareas en servicio de la Iglesia, dándoles libertad y campo de acción, más aún,  invitándoles oportunamente a que tomen ellos sus iniciativas”.

“Es propio de los sacerdotes armonizar las diversas mentalidades, de tal modo, que nadie se sienta extraño en la comunidad de los fieles”.

“Atentos a las prescripciones sobre el ecumenismo, no olvidarán a los hermanos que no gozan con nosotros de una plena comunión eclesiástica.”

“Finalmente, tendrán por encomendados a cuantos no reconocen a Cristo como a su salvador”.

Los laicos por nuestra parte, debemos ser amigos filiales de los sacerdotes.

“Los seglares,  como todos los fieles cristianos, tienen derecho a recibir con abundancia de los sagrados pastores,  de  entre los bienes espirituales de la Iglesia, ante todo, los auxilios de la Palabra de Dios y los Sacramentos;  y han de hacer saber, con aquella libertad y confianza digna de los hijos de Dios y de los hermanos en Cristo,  sus necesidades y deseos”.

“Los laicos en la medida de los conocimientos, de la competencia y del prestigio que poseen, tienen derecho y, en algún caso, la obligación de manifestar su parecer sobre aquellas cosas que tienen relación con el bien de la Iglesia.”

Los seglares hemos de orar por los sacerdotes y del trato entre ambos,  es de esperar muchos bienes para la Iglesia y mayor eficacia en su misión a favor de la vida en el mundo.

Todos los cristianos estamos llamados a participar de la función y de la misión profética de Cristo.

Los laicos dentro de la comunidad cristiana somos el grupo mayoritario,  por lo que es dable encontrar a auténticos profetas, a los que es necesario escuchar cuando se expresen.

El profeta es elegido por Dios. El  profeta se hace dócil y el Espíritu lo guía.

Los profetas no son constituidos en autoridad para estar por sobre los demás, al contrario,  a veces son sometidos por aquellos que asumen autoridad terrena. Su misión es de franqueza y de valor;  por lo general,  hace notar los abusos de autoridad y de poder.

Los profetas suelen reunir a un grupo de hermanos, una comunidad, pero saben que su carisma no puede quedar encerrado institucionalmente.  Tienen armonía entre lo vertical y horizontal.

Es típico encontrar en los profetas,  una especie de exultación de la realidad. 

Suelen invitarnos a ver la realidad haciendo un repaso de la historia,  para lo que se requiere recordar, en una palabra, nos invitan a usar la memoria.

Nos impulsan al reconocimiento,  reflexionando el pasado y a tener viva la esperanza respecto al futuro, con el objetivo de que  podamos descubrir de esta manera,  el significado y el valor del presente.

Suelen ayudarnos a desenmascarar a los falsos profetas, por el imperio de la verdad que siempre requiere de  conversión para aceptar su rostro.

Mantienen alerta a la comunidad que se merece abrir el corazón a la Misericordia de Dios.

A lo largo de los siglos,  siempre se encontraron  a mujeres y hombres profetas.

Todos debemos rezar por los profetas y pedir a Dios  que nos haga capaces de escucharlos.

En el discernimiento, hemos de reflotar la esperanza;  y si la condición para que el mundo crea, es la unidad, en espíritu y en verdad,  la hemos de buscar en los elementos que provienen de la gratuidad de las realizaciones de los profetas.

Para que ello se haga realidad de un modo más efectivo,  hemos primero de aprontar todo a la escucha convencida del Espíritu y a los signos de los tiempos,  para luego,  dar respuesta valerosa, sabiendo que es posible en la realeza del cristiano, que todo en la tierra cumpla su cometido por designio de Dios con la colaboración del hombre.

                           Juan Carlos Carvajal-Alberto Mario Monteagudo

                           Quilmes, Buenos Aires, Argentina-Julio de 2003

 

Bibliografía consultada: 

“LA IDENTIDAD DE LOS LAICOS ensayo de eclesiología”. (Juan A. Estrada Díaz) Ediciones Paulinas 1990.

“HABLEMOS DE LA OTRA VIDA” (Leonardo Boff) Editorial “Sal Térrea” 1991.

“LA ESPIRITUALIDAD DE LOS LAICOS  en una eclesiología de comunión”. (Juan A. Estrada Díaz) Ediciones Paulinas 1992.

“PROBLEMAS DEL CRISTIANISMO” ( Julían Marías) Editorial Planeta-De Agostini  SA 1995.

II “EL MINISTERIO DE LA COORDINACION EN EL MCC” (P. José G. Beraldo) Julio 2001.

“SER LAICOS Y LA EVANGELIZACION” ( Monseñor R. Camacho) Marzo 2002.

 “NOTA DOCTRINAL DE LA CONGREGACION DE LA DOCTRINA PARA LA FE.” Enero 2003

 

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